Cine Argentino

La Quietud

De: Pablo Trapero

Esta critica cuenta el final de la película, se recomienda leer el texto luego de verla.

 

El director de La Quietud es Pablo Trapero. Desde hace ya casi veinte años, Trapero es una de las figuras más importantes del cine argentino. Irrumpió en los festivales, a partir del BAFICI, con su ópera prima Mundo grúa. Asociado a una forma argentina de neorrealismo, su cine siempre manejó los trucos de la más pura ficción. El bonaerense fue otra de sus grandes película y la confirmación de su talento para observar y plasmar los universos en los márgenes de la Ciudad de Buenos Aires. Su filmografía nunca fue estática, siempre hubo búsquedas y novedades. Leonera, Carancho y Elefante blanco lo convirtieron en un cineasta mucho más masivo, un marca en sí mismo, capaz de mostrar la marginalidad y la sordidez de manera contundente. Leonera era la más optimista de las tres mencionadas. Su punto máximo de éxito comercial se dio con la película El Clan, basada en la historia real de la familia Puccio y sus crímenes. La sordidez se mantenía, pero la marginalidad no estaba vinculada con las clases bajas de la sociedad. Pablo Trapero encontró con La Quietud la manera de entrar en nuevo espacio, arriesgarse como un cineasta nuevo, apostar a algo diferente. El viejo conflicto de todos los cineastas: Mantenerse en el camino que es su estilo y por el cual han sido reconocidos, o presentar algo nuevo que no ha sido lo que su público asoció históricamente a ellos. Cuando alguien va a ver a un director que conoce lo hace esperando lo primero y no siempre acepta algo diferente. El riesgo puede tener un valor en sí mismo, pero con eso solo no alcanza, hay que ofrecer algo nuevo y bueno para seguir siendo atractivo.

La Quietud es la historia de dos hermanas. Mia (Martina Gusman) vive en Buenos Aires, acompaña a su padre y mantiene una relación conflictiva con su madre Esmeralda (Graciela Borges). Eugenia (Berénice Bejo) vuelve de Paris luego de quince años cuando el padre de ambas debe ser hospitalizado tras sufrir un ACV. Así como Mia ama a su padre, Eugenia es claramente la favorita de su madre. Se reúnen en la finca La Quietud que da título a la película y que es un juego claro con respecto a todo el malestar y la turbulencia bajo la superficie del bello y tranquilo espacio. Poco a poco se irán sabiendo cuales son las cuentas pendientes entre todos los integrantes de la familia. Luego se sumará el marido de Eugenia, Vincent (Edgar Ramirez) y un amigo de la familia, Esteban (Joaquin Furriel) con quien Eugenia tiene un romance desde hace tiempo. Vincent y Mia a su vez son amantes, algo que la propia Eugenia explicará que sabe hace tiempo.

Pero hay que repetirlo: La Quietud es la historia de dos hermanas. Mia y Eugenia comparten su sexualidad en la escena inicial en la que se reencuentran y comparten la maternidad en la escena final de la película. No son gemelas, no son mellizas, pero están unidas y se protegen frente a la amenaza de haber crecido en un familia oscura, con un padre siniestro y una madre que es una reina malvada. Nunca se sabrá toda la verdad, solo se sabrá que ambas mujeres siguen unidas, prácticamente pegadas, como si estuvieran ambas compartiendo un mismo vientre, un mismo lugar de seguridad y certeza. Afuera todo es peligroso, solo entre ellas pueden protegerse.

Cuando el protagonismo es femenino en las películas de Pablo Trapero, parece que hay futuro, hay esperanza, hay un paso más allá. Muchos de sus films son desoladores y pesimistas, pero como Leonera, La Quietud cierra con una nota luminosa. Pero no es la luz de una película fácil o domesticada, es el desenlace de un melodrama intenso. Porque la película es un melodrama en el sentido más estricto del término. Vueltas de tuerca, pasiones incontrolables, exceso y dudoso gusto, inverosimilitud. Personajes irracionales a merced de sus sentimientos. Y una villana que parece ser la creadora de todo este caos. La madre, figura idealizada en la cultura, es en el melodrama un personaje ambiguo en algunos casos y en otros directamente un monstruo. Para eso Trapero no pudo elegir a una mejor actriz que Graciela Borges, la más grande estrella que ha dado el cine argentino luego de su Edad de oro. Esmeralda se pasea por La Quietud como la señora Havisham de la novela Grandes esperanzas de Charles Dickens. Una figura que se adueña de la finca Gloria Swanson de Sunset Blvd. se adueñaba de su mansión de Hollywood. Como esos grandes personajes de la historia del melodrama. Borges tiene una potencia cinematográfica y una presencia que asombra. No importa cuando quiera un guión imponernos una idea, solo a través de una actriz así se consigue que todos podamos entender el conflicto de la familia y las hermanas. Mia y Eugenia son como Hansel y Gretel huyendo de la bruja, sobreviviendo unidas al peligro y la muerte.

Un paréntesis para enumerar algunas actuaciones memorables de Graciela Borges. Fin de fiesta (1960), Piel de verano (1961) y La terraza (1963) de Leopoldo Torre Nilsson; Circe (1964) de Manuel Antín; El dependiente (1969) de Leonardo Favio; Crónica de una señora (1971) y El infierno tan temido (1980) de Raúl de La Torre; La Ciénaga (2001) de Lucrecia Martel y Monobloc (2005) de Luis Ortega. Es una lista muy incompleta, un paseo acelerado para redescubrir y valorar las diferentes etapas de un actriz que, dicho con total admiración, es un verdadero animal de cine, sus actuaciones en películas claves de la historia grande del cine argentino la encuentran hoy todavía tan vigente y apasionada como si no tuviera décadas de trabajo en su historial. Su potencia en La Quietud mete miedo, abruma, convence a cualquiera acerca de su poder sobre los demás.

La Quietud no es una película fácil, no es un melodrama adaptado al gusto masivo. Es un melodrama tan oscuro y enrevesado como lo eran las mejores películas de Douglas Sirk. Tiene un humor perverso y poco simpático. A pesar de que el vínculo entre mujeres la convierte en una película perfectamente acorde a la sensibilidad de los tiempos que corren, la película no es demagógica y tal vez pague un precio por eso. En Argentina tal vez distraiga la forma poco lógica en la que la historia política se mete en la trama. No es injustificable pero no es tan impecable como el resto de la película. El melodrama cinematográfico puede tener referencias históricas, pero habita mucho mejor en un mundo de melodrama puro, sin esas marcas.

La Quietud parece coyuntural en algunos aspectos, pero es atemporal en otros. Podría haber transcurrido en cualquier época o lugar del mundo. Más allá de los detalles, se trata de una exploración apasionante del amor entre dos mujeres, dos hermanas sobrevivientes a un padre convertido en una sombra y una madre que se eleva como una figura temible digna de una tragedia clásica. Madre e hijas, una historia de mujeres.