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LOST

De:

A TRAVÉS DE LA AVENTURA

Debido, en gran medida, a la facilidad de acceso y la comodidad que permite el estado actual de los medios de comunicación y la tecnología (sistemas de cable, ediciones en DVD legales y piratas, internet), las series de televisión norteamericanas se han transformado en los últimos años en un fenómeno cultural tan grande que parece -al menos en nuestro país- opacar, en cuanto a impacto y expectativas que genera en el público, nada más y nada menos que al cine. La cantidad de ediciones en diferentes formatos digitales -insistimos: legales y piratas- que circulan, el infinito número de sitios y foros que pueblan la red y el fanatismo que despiertan, demuestran que el de las series de televisión es el fenómeno popular más significativo del comienzo de este nuevo siglo.

Dentro de ese fenómeno, compuesto de muchos productos sobrevalorados, hay unos cuantos que se destacan por sus valores estéticos, por la riqueza de sus influencias, por la inteligencia – y no mero ingenio- de sus guiones, y por su capacidad para crear mundos particulares, que si bien remiten muchas veces a otros ya conocidos, sus propios méritos nos hacen creer que se trata de algo completamente nuevo. De ese conjunto hay uno en particular que sobresale y se eleva muy por encima del resto: Lost.

La serie comenzó a transmitirse en 2004, y a partir del estreno su fama mundial se fue acrecentando hasta convertirse en algo que paradójicamente podríamos denominar como objeto de culto masivo. Y además, global (¿o globalizado?), ya que con sólo recorrer los diferentes sitios de internet dedicados a Lost puede verse como la comunidad que dedica gran tiempo de sus a vidas a reseñar, conjeturar y comparar hipótesis sobre la trama de la serie (algunas pocas interesantes, la gran mayoría delirantes), o simplemente a subir los diferentes capítulos para que cualquier persona de cualquier parte del mundo pueda verlos no tiene un lugar específico. Lost es un fenómeno compartido al mismo tiempo por una gran cantidad de gente de todo el mundo. Y tal cantidad es imposible de calcular; incluso es imposible de realizar de forma local, ya que el número que puede resultar de las mediciones de rating de cada emisión carecen de valor porque el acceso a copias piratas y las descargas de internet es infinitamente mayor e incalculable.
Como fuese, Lost es un fenómeno cultural que tiene envuelto a gran parte del mundo occidental. Y de ello devienen algunas preguntas inevitables: ¿qué hay detrás de esta serie en la que un grupo de sobrevivientes de un accidente aéreo cae en una isla tropical en la que suceden cosas tan extrañas como la aparición de osos polares, un humo negro que tiene vida propia, o que gente que padecía enfermedades ve mejorar su salud?; ¿se justifica tanto alborto?; ¿tiene la serie algo que ofrecer más allá de sus innumerables vueltas de tuerca?

En primer lugar, para responder a esas preguntas, hay que referirse a la narración empleada y a la inteligencia de los guiones. Cada capítulo se estructura, por un lado, siguiendo las acciones que se desarrollan dentro de la isla -que en las primeras dos temporadas alcanzaron un nivel de aventura digno del mejor cine clásico- y por otro, según unos flashbacks que nos cuentan cómo eran las vidas de los personajes antes del accidente y cómo se relacionan entre sí. Esta elección es uno de los atractivos principales de la serie, ya que permite, en primer lugar, que la acción nunca se detenga, porque al mostrarnos la vida de cada personaje no hace falta que nadie las explique, y en segundo lugar, porque cada eje narrativo resignifica constantemente al otro. En la cuarta temporada -que acaba de llegar a su fin en Argentina a través de la señal AXN- los flashbacks fueron complementados por flashfowards, evitando así que el recurso se agote y generando un suspenso aún mayor. Ahora vamos sabiendo algunas cosas que pasaran en el futuro de los personajes, y eso aumento las ansias de saber cómo es que llegaron a ese punto.
A través de estos recursos, Lost nos mete de lleno en su mundo, en su aquí y ahora, suspendiendo nuestra incredulidad, llevándonos por las innumerables y, en principio, caprichosas vueltas de tuerca, hasta que poco a poco vamos descubriendo que no son arbitrarias, sino que responden a un orden mayor al que tal vez nunca podamos acceder del todo. Pero de algo podemos estar seguros: en Lost -en la vida- no hay casualidades.

A partir de esta narración y del manejo del suspenso, la serie nos permite acceder a su otra mitad. Si nos quedáramos sólo en la primera -en la de las vueltas argumentales- alcanzaría para decir que la experiencia es gratificante, entretenida. Sin embargo, hay más, mucho más. Como el buen cine, Lost tiene dos niveles de lectura: el del relato y el de sus significaciones y simbolismos. La riqueza de la serie es tal que llevaría un espacio extensísimo adentrarse en ese aspecto. Pero podríamos decir que en ese mundo fantástico importan menos las resoluciones de los misterios materiales que la forma con que cada personaje se enfrenta a ellos. Que tiene más peso la búsqueda de redención de los habitantes de la isla -todos llegan con pecados y culpas que se ven amplificados por la situación- que los golpes de efectos del guión -muertes repentinas, nuevos personajes, etc.- Es imprescindible también, para dar cuenta de la profundidad de la serie, prestar atención a la cantidad de citas y referencias a películas, libros, escritores, filósofos, todos ellos justificados en la trama y que sirven para -otra vez usamos el término- resignificar lo que estamos viendo. Nombres como John Locke, Sawyer, Hume, Aaron; referencias a John Steinbeck o Lewis Carroll, y sobre todo el trabajo con diferentes simbologías religiosas -en Lost las imágenes hablan, y mucho- llevan a pensar en esta serie como una gran exploración del pensamiento, el sentir y la forma de actuar del ser humano. Tal vez el más importante de los últimos años, superando -por mucho- a la actual producción cinematográfica hollywoodense.

Por todo esto, podemos asegurar que Lost toma la posta del gran cine americano y nos pone cara a cara con ciertos elementos hundidos en la vorágine de la modernidad pragmática: lo heroico, lo melodramático y lo verdaderamente filosófico; frente a nociones y dilemas éticos y religiosos. En definitiva, pone en circulación las grandes preguntas del hombre planteadas a través de pura acción. ¿Qué más podemos pedir? Que todo esto se mantenga. Queremos seguir pensando a través de la aventura.