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Una mujer de Tokio (1933)

De: Yasujiro Ozu

Es una frase que parece hecha, pero los directores de cine que comenzaron su carrera durante el período silente del cine son aquellos que mejor entendieron el lenguaje del cine. Lugar común o no, pensemos en Fritz Lang, Alfred Hitchcock, John Ford, Howard Hawks y, en Japón, Yasujiro Ozu. El más grande de los maestros de su país, comenzó su carrera con un gran número de títulos, muchos de ellos hoy perdidos para siempre. Por suerte otros, como Una mujer de Tokio (1933) están disponibles y son la prueba contundente de la genialidad del cineasta ya desde aquellos años. A Ozu le costó pasarse al sonoro más que a otros cineastas. A juzgar por la película que estamos comentando, tampoco lo necesitaba con urgencia.

Ryoichi (Ureo Egawa) es un joven estudiante que vive con su hermana mayor Chikako (Yoshiko Okada). Ella le da el dinero que él necesita para continuar sus estudios. Chikako es una aplicada empleada de oficina y luego de salir del trabajo ayuda a un profesor para ganar un dinero extra. Pero esto último no es cierto, Chikako trabaja en secreto en un local nocturno. Y aun no se expresa en ningún momento de la película, hace más que trabajar allí.

Melodrama en estado puro, parecido a muchos títulos que se filmaron en otros países en aquella década, Una mujer de Tokio necesita solo cuarenta y cinco minutos para narrar de manera perfecta esta historia y conmover hasta las lágrimas como en los mejores títulos del realizador. Porque hay que decir que no solo se trata de un guión de melodrama de manual, sino que es la puesta en escena del realizador lo que hace la diferencia.

Con pocos actores -todos excelentes- y pocos decorados, la película arma un universo completo que describe usos y costumbres de Japón, pero con un fondo completamente universal. La protagonista no comete, a los ojos del realizador, ningún pecado. Es víctima de las reglas sociales y culturales, además de vivir la dureza de la vida urbana en Tokio, algo que obsesionó al realizador en toda su carrera. Con un sentido de cruel ironía, Ryo y novia van al cine y ven If I Had a Million (1932) el fragmento dirigido por Ernst Lubitsch y protagonizado por Charles Laughton. Una historia acerca de ocho personas que al azar reciben un millón de dólares de parte de un millonario que está muriendo. No es el destino de los protagonistas de Una mujer de Tokio.

Ozu describe los ambientes con los objetos, muchas veces en foco mientras los personajes están al fondo desenfocados. La cámara tiene las dos alturas clásicas que usa el director, imprimiendo las imágenes que hoy son su marca reconocible. Se reserva la potencia del travelling cuando sigue a Ryo desesperado por la calle. El travelling inicial ni siquiera lo tiene a él en cámara.

Hacía el final, la pantalla se llena de relojes, otro motivo clásico de Ozu. Sin palabras, toda la pantalla parece gritar que daría cualquier cosa por volver el tiempo atrás. Pero no va a pasar, nunca ha pasado, y Yasujiro Ozu insistirá durante toda su obra acerca del transcurso del tiempo. Una mujer de Tokio (Tokyo no Onna, 1933) es un ejemplo del cine del director. Pero a esta altura queda claro que la perfección de su obra hace que todos sus títulos sean un ejemplo perfecto de su trabajo.