Cuando la pantalla se pone en negro y mientras suena la música de Lalo Schifrin empiezan a correr los títulos finales de Misión: Imposible – Sentencia final (2025) los ojos se me llenaron de lágrimas. No es que la película sea particularmente emotiva en su cierre, sino porque tuve la conciencia de que algo había llegado a su fin. En 1996, hace veintinueve años, comenzó la serie de películas protagonizadas por Tom Cruise y hoy, justo antes de cumplir treinta años, llega a su fin. En su lapso de tiene enorme para cualquier personaje, pero que un mismo actor haya repetido su rol con el mismo nivel de energía y entrega, es admirable. La distancia entre Misión: Imposible (1996) de Brian De Palma y Misión: Imposible – Sentencia final es seis años mayor que la distancia que había entre la finalización de la serie original y la primera entrega de las películas. Tom Cruise se encargó de que sus ocho largometrajes tuvieran coherencia, misma energía y una apuesta contundente en favor del gran espectáculo cinematográfico. Productor y protagonista, él es el verdadero artífice de lo que hemos visto en pantalla durante estas tres décadas. Luego de elegir a cuatro directores talentosos, Brian De Palma, John Woo, J.J. Abrams y Brad Bird, decidió que los siguientes cuatro títulos estuvieran en manos de un mismo director y guionista, Christopher McQuarrie, el mismo cuyo guión de Los sospechosos de siempre (1995) ganó el Oscar y que también dirigió a Tom Cruise en Jack Reacher (2012). Verdadero cine de autor, controlado y ejecutado por el mismo grupo de personas.
Desde la escena inicial, Sentencia final muestra su juego y su espíritu. Estamos frente a un cierre, así como también, valga el juego de palabras con el título original, un ajuste de cuentas. Entre los buenos y los malos, pero también con el propio pasado de Ethan Hunt (Tom Cruise) el rebelde pero al mismo tiempo leal agente, vuelve sobre los títulos anteriores, en particular la película inicial de 1996 y cierra viejas heridas, además de terminar de ordenar las ideas de la saga. También hay espacio para pedirle disculpas a un empleado del gobierno que, de forma maravillosa, regresa aquí con su personaje secundario de hace ya casi tres décadas atrás. Este personaje secundario tal vez sea uno de los hallazgos más emocionantes y divertidos de esta octava entrega. No Ethan Hunt, sino Tom Cruise, reconoce también el valor del trabajo en equipo y, a su modo, admite que quedarse solo en la película inicial fue un acto algo cruel y egocéntrico. Acá el equipo es todo y la nobleza y el coraje se distribuyen entre muchos personajes, algunos incluso que no llegan a cruzarse en más de una escena con el protagonista. Todas estas reflexiones muestran el tono melancólico de un cierre tan inevitable como doloroso. Era el momento de cerrar la serie y Tom Cruise lo sabía. Ocho películas son un verdadero milagro en la historia del cine. Es mi opinión personal que Ethan Hunt es, cinematográficamente hablando, el mejor agente secreto de la pantalla grande, incluso más que ya saben quién, cuyo rostro cambió varias veces y, que hasta el día de hoy, no igualó en ninguna de sus películas, la calidad en todo nivel de la saga de Misión: Imposible.
En esta nueva película hay un doble McGuffin, es decir un dispositivo para hacer avanzar la trama y poner en funcionamiento toda la maquinaria. No es irrelevante, pero su dualidad de pequeño objeto versus la humanidad completa en peligro, indica claramente su condición de McGuffin. El concepto de salvar al mundo llega acá a su punto más literal y más intenso, demostrando también que hemos llegado al final de la serie. Hay dos elementos que terminan de configurar la saga, por un lado la necesidad de volver a lo analógico para escaparse, momentáneamente, del enemigo digital. El propio Tom Cruise haciendo sus escenas de riesgo respalda con su propio cuerpo y su propia vida esta postura. Lo otro, como ya fue señalado, es la importancia del trabajo en equipo, de la ayuda mutua, de la vocación por hacer lo correcto en los momentos en los cuales es imprescindible tomar una decisión. Un mundo de conexiones, lealtad, sacrificios, honradez y valentía. Una obligación doble, en la cuales los héroes anónimos de la saga luchan por sus seres queridos y por el bien común. “Vivimos y morimos en las sombras, por aquellos a quienes apreciamos y por aquellos que nunca conocemos.”
Misión: Imposible – Sentencia final es tan enorme como el resto de la saga, pero al mismo tiempo parece haber sacado el pie del acelerador en algunos aspectos. Es muy divertida, pero no es apabullante como los títulos previos. Sus casi tres horas se pasan volando, pero es más por la intriga permanente que por la vertiginosidad. Lo que más se extraña es el humor, algo que sumaba en los títulos anteriores y que acá se reserva a pequeños momentos. Tiene más diálogos que cualquiera de las películas anteriores y cada escena está construida con una estructura dramática en común: se nos presenta lo que va a ocurrir, se establecen las reglas y luego se realiza la acción de dicha escena. Algunas están divididas a su vez en varias locaciones donde ocurren acciones en paralelo. Nadie puede reclamarle a la película que le falten personajes o escenarios. Al exceso de diálogos le corresponde un montaje digno de estudio, porque salvo un par de escenas, son muchos personajes hablando sin superponerse colocando en boca de cada uno información vital. Vital durante un par de minutos, porque luego viene la acción y nos olvidamos de todo. A Tom Cruise, ayudas mediante, le corresponden las dos escenas más espectaculares de la película. La del submarino, que merece más atención de la que ha tenido, porque es realmente hermosa y la muy promocionada escena de los aviones, a partir de la cual se armó la promoción de toda la película.
La película es una meditación sobre los arquetipos a partir de los cuales se construyó la saga y una reflexión final acerca del libre albedrío de las personas. Con la misma energía arrolladora con la que Tom Cruise ha hecho estas cuatro películas y toda su filmografía, la película es una invitación al pensamiento libre, a no someterse a la idea de que la historia está escrita o que la inteligencia artificial dicte nuestras decisiones. De la misma manera que la película reflexiona sobre todos estos años y el paso del tiempo, el espectador seguidores de estos títulos repasará en su cabeza los años vividos junto a estos personajes. El mensaje de la película es la película misma, su energía, su potencia, su despliegue, su generosidad cinematográfica. Los tiempos cambian, las historias llegan a su fin. Con cada superestrella del cine ocurrió, con cada maestro detrás de cámaras también. Tom Cruise es la más grande de las estrellas cinematográficas del siglo XXI, la que más ha luchado por el cine, por el lenguaje del cine y por la experiencia real de vivir el cine en la pantalla grande. Con él estamos los que entendemos el cine de la misma forma, su reinado no ha llegado a su fin, pero sí la saga de Misión: Imposible. Verlo en las escenas de riesgo subido a un avión biplano no es solo una emoción por lo que ocurre en la trama, sino también por la autenticidad del show que nos brinda. A los que lo hemos visto construir su carrera en la pantalla grande, nos emociona, sabemos que el cine es mejor gracias a él. A los que en el futuro tal vez no conozcan ni su nombre, los alcances de su arte igual les llegará. Tom Cruise es la clase de persona que desde Buster Keaton hasta Gene Kelly, ayudó a construir la historia de los cuadros en movimiento. Una invitación a no quedarse quietos, el impulso vital hecho película.