Juan Manuel (Benjamín Vicuña), un empresario exitoso pero superficial que padece una grave enfermedad cardíaca, recibe el trasplante de corazón de Pedro, un hombre humilde y dedicado a su familia, quien falleció en un accidente. Transformado por su nuevo corazón, Juan Manuel decide investigar más sobre su donante y termina conociendo a Vale (Julieta Díaz), la viuda de Pedro. Vale, una mujer valiente que lucha por su barrio mientras cría a su hijo, siente una conexión con Juan Manuel, como si el corazón de su difundo esposo pudiera sentirse en la figura de Juan Manuel. Son muchos los puntos en común entre esta historia y la película Dos vidas contigo (Return to Me, 2000) de Bonnie Hunt, con Minnie Driver y David Duchovny, donde el protagonista se enamoraba de una mujer que tenía el corazón trasplantado de la difunta esposa de él. Pero no son películas iguales, porque acá hay menos de comedia romántica y más de drama sensiblero con ambiciones de compromiso social. Algo de Luna de Avellaneda (2004) de Juan José Campanella asoma en este guión. No es obligatorio ser original y la metáfora barata del corazón como receptáculo del amor es tan antigua como la peste. Hagamos caso omiso de las similitudes y pasemos a la película.
Aunque se supone que en la película hay humor, no se trata de una comedia romántica en el aspecto de la comedia. Sí tiene la estructura clásica que se adivina desde el inicio del guión. Si se cortara la luz y los espectadores no pudieran seguir viendo la película, el 90% podría adivinar que es lo que sigue, incluso como sigue. Las estructuras de los géneros en su estado más rudimentario les otorgan orden y paz mental a las personas en un mundo caótico y angustiante. De todos los géneros, la comedia dramática romántica es uno de los más adocenados y en parte ese es su encanto. Lo que más le cuesta a la película, sin embargo, es verse real. No importa si lo que cuenta es real, si el conurbano es así o si los trasplantados tienen esas conductas, lo que importa es que uno se lo pueda creer, y en las primeras escenas se siente lo que Orson Welles describía como “Se ve la claqueta”. Es decir, ver que alguien está haciendo la toma, que no fluye con naturalidad. Luego todo se acomoda un poco más y la película entra en un tono medio sin brillos ni tampoco catástrofes.
La diferencia actoral es notable y Julieta Díaz demuestra, cuando lo necesita, que tiene mucho más de lo que la película necesita. Es funcional, no desentona a pesar de estar por encima de lo requerido. Vicuña no nos permite que creamos nada de lo que le pasa al personaje, su frialdad original es seguida de una frialdad posterior, más allá de los diálogos y escenas que indican que ha cambiado. La química romántica es baja aunque se entiende perfectamente que deben conectar. Marcos Carnevale, director y guionista, ha sabido hacer algunas comedias románticas exitosas y efectivas, pero acá mezcla todo con el agregado del tema social y resta más de lo que suma. No es fácil hacer una película estilo Frank Capra en Argentina y en el conurbano bonaerense, donde los políticos pueden ser muchas cosas, pero no un personaje salido de la mente del director de ¡Qué bello es vivir! Por ese motivo, los varios aciertos que la película tiene se chocan contra un muro en el desenlace, donde cuesta seguir mirando a la pantalla sin sentir algo de vergüenza. No es de las mejores películas de Marcos Carnevale y tampoco es de las peores. El feísimo título de la película refiere a la canción de Soda Stereo y no al cuento de Edgar Allan Poe.