Se ha vuelto un lugar común de la crítica la opinión de que Wes Anderson se repite a sí mismo una y otra vez. Más se repiten las críticas, mal que nos pese a los que las escribimos. De ser uno de los directores más amados, Anderson ha pasado a ser uno de los más mecánicamente criticados, aunque tenga un club de fans incondicional. Cuando la apuesta estética es fuerte y un estilo se impone de manera tan contundente, el mundo de un realizador puede convertirse en un arma de doble filo, lo mismo que le han criticado a Federico Fellini, Tim Burton o Pedro Almodóvar, por citar a algunos. Wes Anderson dirigió su primer largometraje, Bottle Rocket (1996) y su carrera se disparó en sus siguientes dos películas, Rushmore (1998) y Los excéntricos Tenenbaums (2001). El prestigio oficial llegó con El gran hotel Budapest (2014), con sus nueve nominaciones al Oscar, logrando el premio en cuatro de ellas. De las ocho nominaciones que tuvo Anderson, el premio llegó con el mejor cortometraje de ficción, La maravillosa historia de Henry Sugar (2023).
Hoy su obra está en una encrucijada, porque el cine publicitario lo ha copiado en docenas de ocasiones y su estética ha sido objeto de parodia, homenaje y burla en redes sociales desde hace ya varios años. Sus últimos largometrajes han pasado sin tanta repercusión en comparación a su obra previa y Asteroid City (2023) fue su película más fallida. El esquema fenicio (The Phoenician Scheme, 2025) es su nuevo largometraje y cumple con todo lo esperado, lo bueno, lo malo, lo sublime y lo irrelevante. Pero hay que ir más allá de la crítica mecánica y pensar en la película que tenemos frente a nosotros. Wes Anderson, en su mundo coherente y personal, sigue siendo un enorme alivio dentro del aburrido y gris cine americano contemporáneo.
El acaudalado empresario Zsa-zsa Korda (Benicio Del Toro) sobrevive a uno de los muchos atentados contra su vida. Entendiendo el peligro que lo acecha, nombra a su única hija (Mia Threapleton), una joven novicia con quien tiene una relación distante, como única heredera de sus bienes. En ese período de prueba antes de efectivizar el legado, padre e hija se embarcan en una aventura mientras Korda intenta concretar el más ambicioso y arriesgado proyecto de su vida. Los acompaña Bjørn (Michael Cera), un entomólogo noruego contratado por Korda para instruirlo en su nuevo interés, los insectos, además de ser el tutor de sus demás hijos. Finalmente, Bjørn será el asistente administrativo del millonario.
Ambientada en la década del cincuenta, pero con la sensación anacrónica de Anderson en cada escena, la película se inscribe en el género de aventuras folletinescas que bien podrían haber sido realizadas por los Hermanos Korda en el cine clásico. No es casual el apellido del personaje central. En una regla no escrita, cualquier largometraje que tenga arenas movedizas no puede ser un mal largometraje. Los personajes exóticos de Wes Anderson encajan perfectamente con esos personajes absurdos, raros y variopintos propios de aquellas aventuras rocambolescas. Para eso cuenta con un elenco de lujo, como es costumbre, pero esta vez con todos los actores bien conectados con sus roles, ajustados siempre a la dirección actoral del realizador. El vestuario y la dirección de arte logran lucirse de manera más funcional que en otros títulos gracias al género mencionado.
El gran mérito de la película está en su trío protagónico. Benicio Del Toro, Mia Threapleton (hija de Kate Winslet) y Michael Cera brillan en sus personajes y concentran la acción para evitar la dispersión de los anteriores dos films corales de Wes Anderson. Un tema recurrente, el de la paternidad, aparece aquí de forma central. El millonario frío y despiadado descubre en la relación obligada con su hija que tal vez exista algo de humanidad en él. Es cierto que cuando Wes Anderson llevó al extremo su estética, perdió algo de calidez. El humor brillante y la emoción de Los excéntricos Tenenbaums y Viaje a Darjeeling (2007) fue cambiada por el esteticismo exacerbado, cada vez menos sorprendente. Acá se recupera algo de eso y los actores ayudan a que nos importe su destino. Además, y contra toda moda barata, el millonario no es una metáfora de un millonario actual, a punto tal que se enfrenta a la vida más allá de la muerte y también se plantea sus propios valores, tal vez con la esperanza de renunciar a todo en pos de los afectos pero también de su legado.
Si la película la hubiera dirigido Orson Welles, hubiéramos dicho que toda la película era una reflexión acerca de las penurias de un realizador para poder encontrar el presupuesto para cumplir su sueño artístico. Si fuera una película de Pasolini, pensaríamos que habla de para que concretar una obra si es mejor soñarla y si fuera un film de John Ford podríamos hablar de un grupo rebelde capaz de salir victorioso en la derrota. Al dirigirla Wes Anderson todos dicen lo mismo, que su estética se repite y que el tono es frío. Pero hay mucho más que esa superficie. Divertida e incluso apasionante al inicio, algo alborotada en el medio y finalmente emocionante al final, El esquema fenicio es una verdadera película de autor, en toda la magnitud del término.