Peliculas

EL TREN DE LAS 3:10 A YUMA

De: James Mangold

CENIZAS DEL PARAÍSO

Una banda de pistoleros, comandada por el famoso y frió ladrón Ben Wade (Russel Crowe), lleva adelante un asalto que tiene como involuntarios testigos a tres personas: Dan Evans (Christian Bale) y sus dos hijos. Este encuentro fortuito es apenas el primero de una serie de acontecimientos que forjarán el destino de dos hombres. Así, luego de que Wade sea apresado, Evans se ofrecerá como voluntario para escoltarlo hasta otro pueblo y allí hacerlo subir al tren que lo lleve hasta Yuma, lugar en el que será juzgado. Evans tiene una motivación clara para asumir la arriesgada misión: obtener una recompensa con la cual pagar una deuda y librarse así del acoso de un violento usurero. Aquí aparece una pequeña diferencia argumental con la película original dirigida por Dalmer Daves, en la que Evans necesitaba el dinero para hacer prosperar su rancho caído en desgracia, pero no por la acción de un hombre, sino de un fenómeno natural: la sequía. Esta diferencia que parece mínima y que en principio es sólo un disparador del relato, se vuelve fundamental porque determina la relación que cada película establece con el género al que pertenecen y la forma de entenderlo.
El western, más aún que el resto de los géneros, construyó un vasto campo sobre el cual consiguió desplegar una gran cantidad de elementos míticos, épicos y trágicos. Más allá de la clara, y por lo tanto innegable, relación con la historia de Estados Unidos, el western (con las particularidades que cada autor supo aportar) fue una construcción fantástica y arquetípica. Dentro de esa construcción, el elemento trágico fue fundamental. Y la forma de entender lo trágico era muy diferente a la que se emplea hoy día. Tanto para el western como para el cine clásico en general, lo trágico era entendido como aquella característica por la cual el hombre toma conciencia de su limitación; o también como una manifestación de aquello que excede su voluntad. Muy distinto es como se entiende el término actualmente, cuya tergiversación suele ser utilizada para describir hechos tristes o desastrosos. Y esta diferencia está presente en la remake que James Mangold hace de 3:10 a Yuma. Como se señala en el párrafo anterior, la causa que lleva a Evans a tomar el desafío de escoltar a Wade y evitar que sus compañeros lo liberen es que le debe plata a un usurero. En la versión original los problemas del ranchero respondían a la falta de lluvias. Por eso es inevitable que las resoluciones de ambas sean tan diferentes. Al eliminar el elemento que excede la voluntad humana (en este caso un fenómeno natural climático) el final de la nueva versión tiene que ser radicalmente reconfigurado. Así es como de la poética trágica presente en la resolución de la primera –una torrencial lluvia- se pasa a un desenlace de pura violencia física en la segunda –un sangriento tiroteo-, cambiando de esta manera el sentido original de tragedia por el vulgar, en todos los sentidos posibles, que se emplea en la actualidad.
Este cambio es importante no sólo porque introduce modificaciones en las motivaciones argumentales y en la escena final, sino porque además tiñe la totalidad del relato. No es descabellado pensar que estas variaciones responden a una intención de actualizar o readaptar ciertas reglas del género, básicamente para hacerlo más potable para el consumo de lo que se supone el espectador medio contemporáneo. Por eso, más que ensayar una relectura o nueva visión, lo que hace Mangold en 3:10 a Yuma es explotar el western desde un único lugar para que pueda ser integrado al mercado: desde de la intensificación del impacto sensorial de las escenas de acción.
Puede decirse que así como antes la violencia era entendida como un elemento más dentro de una poética más abarcativa, ahora Mangold la toma como un elemento fundamental. Y es por ello que la convierte en la esencia de su película, dejando de lado toda posibilidad de ahondar y de dar otra mirada sobre los temas presentes en el film de Daves: la comprensión, la culpa, el honor, la dignidad, el amor, la redención. Todos estos temas estaban presentes y diluidos en medio de un clima pausado, sostenido por la fluida narración que emplea su director, la sutileza de una música muy presente pero no invasiva y también por las formidables actuaciones de Glenn Ford y Van Heflin, quienes dotaban a sus Ben Wade y Dan Evans, respectivamente, de una riqueza que volvía imposible la tarea de reducirlos a unas pocas características.
Algo de eso todavía perdura en la nueva versión, muy poco, y casi en forma espectral. Pero junto a algunas secuencias logradas y eficaces, como aquella que sucede en tierra de los apaches, consigue mantener la atención. Y esto es lo mejor que se puede decir de esta 3:10 a Yuma: que se trata de una película con buenos momentos, entretenida y que sólo en algunas ocasiones deja respirar el glorioso polvo del western. De aquel Paraíso del Oeste aquí sólo quedan algunas cenizas. Quien esté buscando la grandeza trágica del género, deberá hacerlo en otro lado. Por ejemplo, en un hermoso film rodado en 1957 por Dalmer Daves.