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EL CUSTODIO

De: Rodrigo Moreno

EL HOMBRE QUE SIEMPRE ESTUVO

El custodio es una película sobre la mirada. Sobre lo que se ve y lo que no se ve; más aun, sobre aquello que se decide ver o no, sobre la evidencia que se prefiere ignorar. Más complejo todavía es decir que trata sobre aquello que nuestros ojos miran, pero nuestra mente elige no percibir. Esto está en la esencia misma del film, en los personajes, en lo que narra la película y, finalmente, en cómo el realizador decide contarla.

El custodio cuenta la historia de Rubén, el custodio del ministro de Planeamiento, cuyo trabajo consiste en proteger a una persona que no corre ningún riesgo, al menos el de sufrir un atentado. Fácilmente se descubre que el custodio hace un trabajo inútil, que su tarea es obligatoria, no optativa, pero aun así es un formalismo, una convención. Rubén no hace nada, no es ni siquiera un chofer, pues otra persona es la que hace ese trabajo. Si él no existiera, todo sería exactamente igual. Sin embargo, existe, es un ser humano entregado a la nada. De esa futilidad total surgen dos reacciones, la del ministro y su entorno —familiar y laboral— que maltrata a Rubén con distintos grados de maldad, alevosía e inconsciencia y la de Rubén, que todo el tiempo realiza su trabajo con la seriedad y la gravedad de quien pretende hacer una tarea realmente importante y útil. El ministro se encamina al desastre, el custodio también. Nosotros somos testigos de los dos caminos, nosotros vemos lo que no se ve, aunque también hay cosas que sólo podemos inferir, que no sospechamos, pero luego comprobamos que todas las señales eran claras. Hasta la familia del custodio es en gran parte autista, no registra el exterior, desconoce la existencia de los otros. En esa familia la locura es evidente, indiscutible; la hermana de Rubén está loca, visiblemente loca, legalmente loca.

La vision del vacio

Rubén es un hombre ignorado, lo cual no significa que no exista. De hecho, nosotros somos testigos pasivos de cómo es ignorado, vemos el lugar que ocupa y las cosas que le dicen. Se habla delante de él como si no estuviera, se lo ningunea, se lo maltrata. Por momentos se lo convierte en bufón. Pero así como en aquel cuento de Edgar Allan Poe, Hop Frog, ignorar al que se tiene enfrente, burlarse de él y forzar su tolerancia, conduce indefectiblemente a un solo camino. Se puede llegar o no a ese punto límite, pero se va siempre hacia esa dirección. Se tira de la soga, se provoca al animal dormido y, finalmente, se encuentra el borde y se pasa al otro lado. Curioso ejercicio y por demás efectivo el de Rodrigo Moreno que entiende que la mejor forma de crear interés en el espectador es hacerlo partícipe de la información, acercarle en imágenes aquello que los propios personajes no terminan de ver. En la base misma del cine está esta idea que en El custodio constituye la médula que la convierte en una gran película. El espectador está invitado a ver, aunque siempre tiene la opción de sólo mirar. Con sutileza, pero sin dudas, el realizador nos ofrece el lento, aunque seguro, transitar de una persona hacia su desaparición como individuo, hasta los límites mismos de la crisis que desemboca en un acto y ya no en una pasividad permanente. Nosotros vemos en los hombros del custodio el peso que le están colocando; percibimos en su mirada vacía la resistencia inconsciente a la que es sometido; en cada movimiento de su cuerpo, el intento sin sentido de intentar tomarse en serio un mundo que es una farsa total. “Y no se da cuenta nunca, que su casa se derrumba”, como dice la famosa canción. Todos ignoran al custodio, pero el custodio ignora a su vez que está tratando de sostenerse a partir de un mundo que no existe. El tampoco puede ver. No registrar a una persona es parte de la alienación y la miseria humana constante, pero ignorar por completo al mundo que nos rodea significa entrar en el universo de la locura.

La tragedia de un hombre pequeño

Rubén tiene dos vidas, la laboral y la privada. La laboral posee el falso marco institucional. La privada no tiene institución alguna, en realidad sólo una: la prostituta. Y por eso tal vez es el único momento en que el remate no es frustrante, incómodo o trágico. La prostitución funciona mejor que su familia. La familia está desarmada, es impresentable. La escena en el restaurante chino es de una incomodidad límite. Rubén hace en ese instante el único pedido de toda la película, pide por favor que el mundo deje de hostigarlo, de pelearlo. Saca su arma, nos recuerda que está armado. Que está armado y que la vida lo provoca a cada paso. La mirada, ese elemento fundamental para el cine y para la vida, está articulada en el film de forma brillante. El custodio no ve su mundo, el mundo no ve al custodio y el director observa todo y lo comparte con los espectadores. Y lo que se percibe es a un hombre que desaparece poco a poco, que va perdiendo la razón y que nadie lo ayuda a evitarlo. Al contrario, los personajes disfrutan con otro elemento clave de la mirada: ignorar con su mirada la identidad de Rubén como ser humano, pero disfrutar con saber que él los mira. Cada interacción entre el ministro y Rubén, o entre la hija del ministro y Rubén es una franca provocación. Se burlan de él, se saben mirados por él – en particular la hija del ministro – y le niegan su importancia como persona, juegan con él como si fuera una mascota, un payaso, una excentricidad que les corresponde por su clase.

Ver para creer

El custodio está construida sobre dos grandes pilares, dejando por sentado, desde ya, que todos los rubros técnicos tienen la excelencia de los mejores films del cine argentino actual, no solo en calidad formal, sino en creatividad también. Las dos columnas en las que se sustenta el film son la actuación brillante de Julio Chávez y el trabajo meticuloso del director Rodrigo Moreno. De Chávez hay que decir que renuncia a todo divismo —como siempre, seamos justos— para convertirse una vez más en el trabajador de la actuación que es. Su brillo consiste en no brillar, en estar perfecto en su personificación de Rubén, en armar un personaje en cada gesto, en cada forma de pararse, en cada movimiento del cuerpo y en una mirada particular que nos muestra en cada parpadeo qué clase de universo estamos contemplando. En cuanto a Rodrigo Moreno, su trabajo es también único. Apuesta y arriesga de forma tal que beneficia al film sin llamar la atención sobre sí mismo; como el protagonista, dice lo que tiene que decir y da un paso al costado. La perfecta construcción de cada cuadro tiene un paralelo en el impecable armado de todos los aspectos que hacen a la concreción del film. Rubén habla poco y lo que dicen los personajes en la película nunca tiene el significado literal de lo que hablan. Los diálogos son palabras ambiguas que no representan el pensar de los personajes, en particular de Rubén. De ahí el valor de la imagen, por eso la belleza de una historia construida con un punto de vista riguroso, claro, seguro de sí mismo. En una película donde la mirada es un elemento capital, los ojos del director tienen la obligación de hacer la diferencia. El custodio reivindica, a todo nivel, la importancia de aprender a mirar.

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