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EL NIDO VACIO

De: Daniel Burman

IMITACIÓN DE LA VIDA

¿Qué es el arte y para qué sirve, si es que tiene alguna función? ¿Debe ser verosímil en lo que refiere a los hechos que representa, o debe ajustarse a los sueños y las fantasías? A lo largo de la historia estas cuestiones han obsesionado a los artistas. Algunos las han transferido al centro de sus obras en forma de ficción, otros, en forma de ensayos. Y sus reflexiones sobre el arte han expresado también su propia identidad como artistas, lo que en definitiva resulta ser el reflejo de lo que son como seres humanos.

Daniel Burman realiza en El nido vacío una nueva apuesta que lo confirma como uno de los principales cineastas argentinos de la actualidad. Desde el comienzo del film invita a los espectadores a jugar un juego en el que todo posee un tono extraño, un clima enrarecido en el que en cada escena ocurren cosas singulares. Hábil observador, Burman trabajó un costumbrismo moderno en películas como Esperando al Mesías, El abrazo partido y Derecho de familia. Y realizó apuestas menos realistas en Un crisantemo estalla en cinco esquinas y Todas las azafatas van al cielo. Sin embargo, aquí, en El nido vacío, da un paso más allá al contarnos una de esas historias costumbristas pero con el tono inverosímil de sus otros dos films (también en Historias breves, su corto Niños envueltos tenía un tono no realista). Y construye, como resultado de este ensamble de tonos, un film sobre el arte, su arte, en el que nos muestra hasta qué punto la representación es un elemento fundamental para reflexionar, poner en cuestión y sobrellevar los conflictos y las angustias del ser humano.

Si buscamos en los manuales de psicología una definición acerca del “síndrome del nido vacío” encontraremos que es un estadío relacionado con esa etapa de la vida en que los hijos, ya convertidos en adultos, comienzan a abandonar el hogar para construir el suyo propio. Resulta sintomático entonces que Burman inicie con El nido vacío una nueva etapa de su cine, ya que al combinar en un solo film estos dos registros -el costumbrista y el moderno- se arriesga de alguna forma a perder al espectador, pues le ofrece una serie de elementos que sólo cobran verdadero sentido sobre el final de la trama. Pero como siempre en el cine que lleva su sello, el tono es amable. Y si aquí asoman elementos más dramáticos o menos humorísticos es sólo porque asistimos a la construcción de una obra dentro de otra, motivo por el cuál sólo a medida que avanza el film descubrimos que ese toque de amabilidad tan propio de Burman sigue intacto, y que, más allá de los temas que la historia trata, éste es el que finalmente se impone. Es por ello que quienes se acerquen al film para encontrar una descarnada exploración sobre el matrimonio se sentirán frustrados, aun cuando asoman muchos elementos relacionados con la problemática, lo cierto es que Burman prefiere explorar la fuerza liberadora que el arte puede otorgarle a un artista atribulado, y no la crisis de una pareja expuesta a los avatares del nido vacío. Aun cuando estos temas están presentes, su director elige no sumergirse en los mismos, sino apenas insinuarlos a través de un vuelo rasante.

El film comienza con una escena en donde el personaje principal, Leonardo (Oscar Martinez), un escritor y dramaturgo, comparte una cena con su esposa Marta (Cecilia Roth) y los ex compañeros de facultad de ésta. La situación, por demás inquietante, refleja un estado de cierta incomodidad para el personaje y anuncia una crisis que aparenta estar pronta a estallar, ¿o no? Leonardo mira a su alrededor, capta mínimos detalles, observa con detenimiento y un dejo de deseo a una joven y atractiva mujer, escucha cada frase que llega hasta sus aturdidos oídos. Tiene asimismo una breve e interesante charla con un personaje extraño llamado Dr. Spivack (Arturo Goetz). Al final de la cena, ya en su casa, Leonardo podría elegir irse acostar, tener sexo con su mujer y dormir hasta el día siguiente, incluso soñar con esa experiencia incómoda que acaba de sobrellevar en el restaurante, sin embargo, elige no hacerlo, pues se entera en ese momento que su hija (Inés Efrón) por primera vez no va volver para dormir a su casa, sino que va a pasar la noche con su novio. Aquellas pequeñas inquietudes, que hasta ese momento lo habían atormentado, dan paso entonces a una mayor, y Leonardo decide no irse a dormir, sino quedarse escribiendo. En esta instancia el film da un salto hacia el futuro, y nos encontramos con Leonardo y Marta solos, sin los tres hijos, quienes partieron a estudiar al extranjero. Ahora Leonardo debe lidiar con los celos que le despierta un yerno escritor y una esposa que ha retomado los estudios universitarios y celebra fiestas con sus compañeros en el departamento, con ese inquietante Dr. Spivack a quien se cruza en todos lados, y con esa bella joven que vio en la cena y a la que desea convertir en su amante.

Burman describió en Derecho de familia la experiencia de convertirse en padre, una representación que lo emparentaba con una instancia de su propia vida. En El nido vacío parecía que iba a reflexionar sobre la vida a los 50, edad que él aun no ha cumplido. Es así que, en un acto de honestidad, decide imaginar esa vida y, con una sorpresiva vuelta de tuerca -que no resulta tal si uno observa la película con detenimiento desde el comienzo- nos confiesa que El nido vacío no trata en definitiva sobre un matrimonio que entra en crisis cuando los hijos dejan el hogar, sino sobre un hombre atribulado por la posibilidad cercana de que esto ocurra y que encuentra en el arte el método a través del cual salir a enfrentar su neurosis, atravesar sus fantasmas y aprender a diferenciarlos de la realidad. Temores, fantasías, sueños, todo es susceptible de ingresar en el vasto terreno de la creación artística. Así pues, el film se convierte en un sofisticado ensayo sobre el arte, sobre el cine y sobre el propio film. El nido vacío hace alarde de una modernidad bien entendida, una autoconciencia que no hace más que confirmar el talento de Daniel Burman, para quien el arte no necesariamente imita a la vida, sino que a veces sirve como forma para mitigar los temores más profundos.