Cine Clasico

Érase una vez en el Oeste

De: Sergio Leone

El western europeo tuvo un solo genio en toda su historia y se llamó Sergio Leone. Su legado es enorme y su influencia, para bien o para mal, definitiva. Hizo tres películas originales que cambiaron el rostro del género para siempre. Sin embargo, cuando llegó el momento de hacer su cuarto western, aun sin perder su identidad autoral, Sergio Leone decidió marcar claramente que el maestro del género era John Ford y decidió homenajearlo con la que sería la mejor película del director italiano: Érase una vez en el oeste.

Érase una vez en el Oeste (Once Upon a Time in the West, Italia/Estados Unidos, 1968) es el más ambicioso de los westerns de Sergio Leone y es, en todos los sentidos, la derivación clara de un madurez que iba creciendo film tras film. Ya en The Good, the Bad and te Ugly (1966) había mostrado que su proyecto cinematográfico excedía por mucho a la ya prolífica y mediocre producción de eurowesterns rebautizados como spaguetti westerns. Leone siempre fue el mejor, lejos incluso de otros directores buenos que pasaron por el género.

Érase una vez en el oeste es la más fordiana de las películas de Sergio Leone. Una revisión del mito del oeste que Ford instaló con su primer obra maestra: El caballo de hierro (1924) una historia en torno a la construcción del ferrocarril que no es otro cosa que una enorme reflexión sobre la instalación de una sociedad, uno de los temas favoritos del western. En una tierra sin ley se va construyendo una sociedad civilizada y el western cuenta la historia de esa transición, con particular interés y simpatía por aquellos que conforman el lado noble y heroico de ese cambio. Aquellos que aun sabiendo que los nuevos tiempos no los incluirán, no se oponen a esa avance porque es la única alternativa frente a la barbarie.

Cinco personajes principales tiene la historia: Armónica (Charles Bronson) un misterioso pistolero en busca de venganza y que recibe su apodo por tocar la armónica; Frank (Henry Fonda) el villano de film, que trabajar para limpiar el camino del ferrocarril y así servir a los intereses de su jefe, Morton (Gabriele Ferzetti); Jill McBain (Claudia Cardinale), una mujer que ha viajado desde New Orleans para encontrarse con su flamante marido y los hijos de él; y Cheyenne (Jason Robards) un bandido al que se intenta culpar de todos los crímenes cometidos por Morton y Frank. Con una maestría absoluta el guión de Sergio Donati y Sergio Leone, basado en la historia escrita por Leone junto a nada menos que Dario Argento y Bernardo Bertolucci, más pasando de un personaje a otro, dándoles protagonismo en cada escena sin combinarlos a todos al mismo tiempo. Morton es un personaje más secundario, pero los otros cuatro, con cuatro estrellas impecables, tienen cada uno sus momentos inolvidables. La película tiene una docena de momentos de una perfección estética impactante.

Las escenas filmadas en el Monument Valley, tierra de John Ford por excelencia, más aun en aquellos tiempos, la joven pelirroja de familia irlandesa llamada Maureen, como Maureen O´Hara, la actriz favorita de John Ford, protagonista de muchos de sus films; el propio Henry Fonda, que solo aceptó el proyecto cuando vio que le tocaba ser un despiadado villano, un actor fordiano que supo dar vida a muchos de los grandes mitos del oeste. Y el respeto con el que Sergio Leone toca los temas de John Ford y el western, equilibrando aquí su sentido del humor con una mirada más ambiciosa y melancólica de la historia. El espacio de parodia propio del western spaguetti queda acá en un lugar más acotado y aunque la película tiene un gran sentido del humor, las payasadas no ocupan aquí lo central.

El guión no es solo una sólida estructura narrativa, tiene también diálogos de una fineza sublime. Ahí sí el sentido del humor toma un camino inteligente, lleno de sutileza, en función de la historia y los personajes. Y por supuesto Leone usa su cámara para crear escenas de una enorme belleza. Desde el comienzo con la llegada del tren y los tres pistoleros esperando el arribo de Armónica hasta el plano general final del tren con dos de los personajes principales alejándose de esa civilización que llega, la película tiene una idea clara de construcción de escenas, no hay un solo plano que parezca descuidado o dejado al azar. La inolvidable banda de sonido de Ennio Morricone es otro pilar del film. A diferencia de los anteriores westerns de Leone, que también contaban con su partitura, aquí se suma la emoción que acompaña a las escenas. Y algunos aciertos memorables, como el juego diegético y extra diegético de la armónica en el film, tocada por un personaje pero también parte de la banda de sonido.

Jill McBain es la heroína del Oeste por excelencia. Es la suma de los personajes femeninos fordianos. Con una renovada esperanza que en el propio cine de Ford se había apagado, ella es la mujer fordiana. Mujer de frontera, pionera, fuerte, valiente, con un pasado que no niega y un futuro que va de la mano con la civilización. El futuro era mujer en el cine de John Ford así como también en este film de Sergio Leone. En ella está depositado el corazón del film. Dejando atrás a ese villano terrible, y con el aporte heroico y sacrificado de Armónica y Cheyenne, quienes han cumplido su misión y no tienen nada que hacer en el mundo que viene, aun cuando exista una promesa de volver, como en el final de My Darling Clementine (1946). Érase una vez en el Oeste es el mejor western europeo de todos los tiempos. Una obra inagotable que tiene la humildad de rendirle pleitesía al maestro, pero que tiene vida propia y una grandeza artística que está en la historia grande del cine para siempre.