Cine Clasico

Escape a la victoria

De: John Huston

Escape a la victoria (Victory, 1981) es una película amada y despreciada por partes iguales. Amada porque es una película de deporte con todas las reglas del género y despreciada porque se trata de un título muy convencional dirigido por uno de los directores más prestigiosos de la historia del cine, nada menos que John Huston. El elenco, por supuesto, es uno de los más insólitamente recordados de la historia del cine y todo el proyecto parece algo fuera de época. Escape a la victoria parece más una película de la década del sesenta que de los ochenta. Los cambios en el cine de los ochenta se verían en los años siguientes, donde ya no habría esta clase de largometrajes. También es cierto que la Segunda Guerra Mundial como tema para las películas cayó mucho en aquellos años.


La historia que cuenta la película está inspirada en hechos reales, pero dista tanto de estos que nunca se ha puesto el énfasis en su origen verdadero para hablar de ella. También hubo una importante película húngara que tomó lo que se conoció como “El partido de la muerte”. Pero este proyecto altera todo eso y busca su propia identidad y estilo. Queda claro desde el comienzo que el tono es más liviano y que se trata de puro cine con pocas conexiones con aquellos eventos trágicos. Siendo una coproducción entre Gran Bretaña y Estados Unidos, la idea fue conseguir al mayor número de jugadores disponibles para filmar en Europa y a una estrella norteamericana para el rol principal, lo que trajo sus problemas, ya que el fútbol no era muy popular en aquel país y su tradición más bien escasa.

En Escape a la victoria la historia está ambientada en el campo de prisioneros de Gensdorff, dónde el escapar es la obsesión de los que allí están encerrados. El oficial alemán Von Steiner (Max von Sydow) en una visita al lugar ve un grupo de prisioneros jugando al fútbol. Apasionado de ese deporte y ex jugador, le propone al oficial británico John Colby (Michael Caine) jugar un partido entre prisioneros y oficiales nazis. Renuente en un comienzo, Colby ve en el partido la posibilidad de lograr mejores condiciones para los que participan y también una manera de levantar la moral de los aliados. Entre los prisioneros hay un norteamericano llamado Robert Hatch (Sylvester Stallone) que aunque no es un buen jugador desea forma parte del seleccionado que Colby está formando.

Luego, y ese es gran parte del encanto del film, se sumarán otros prisioneros que estarán interpretados por famosos jugadores del mundo, incluyendo a dos sudamericanos a los que le inventan otra nacionalidad para justificar su presencia. Estos son Pelé, considerado en ese momento de forma indiscutible el mejor jugador del mundo y el argentino Osvaldo Ardiles que en aquellos años jugaba en Gran Bretaña, luego de haber sido campeón del mundo por su país. Los nombres de sus personajes son Luis Fernández y Carlos Rey, respectivamente. Siendo Pelé el más famoso le asignan más líneas de diálogo, pero ambos aparecen bastante en pantalla. Pelé, además, supervisó las escenas del partido. También está entre otros grandes, Bobby Moore, interpretando a Terry Brady.

La película combina el género deportivo con el del campo de prisioneros. Es decir que por un lado es heredera de Stalag 17 (1953), El puente sobre el Río Kwai (1957) y El gran escape (1963) y por el otro abreva en el creciente género de film deportivos donde el tapado termina convirtiéndose en el favorito, como The Longest Yard (1974), The Bad News Bears (1976) y, por supuesto, Rocky (1976). El film húngaro que sirvió como inspiración directa es Two Halves in Hell (Két félidő a pokolban, 1961), que supo gozar en su momento de enorme prestigio pero, una vez más, no se parece a la película que analizamos aquí.

Stallone es la figura que hace ruido porque todos lo imaginamos mal jugador. No es que Michael Caine sea Bobby Charlton, pero el director sabe como evitar mostrarlo jugando al fútbol de todas las formas posibles. En cambio Stallone, famoso por ser deportista en el cine, tiene que hacer cosas para lucirse, él es el gran gancho para el público norteamericano. Lo mandan al arco, eso sí, porque no se puede enseñar tanto en un período corto de tiempo y Stallone al menos tuvo la experiencia previa de agarrar pelotas de fútbol americano, al menos. Tuvo, sí, un entrenador, el arquero británico campeón del mundo Gordon Banks. Stallone le pone garra a todo, pero como el propio personaje lo subraya todo el tiempo, sus conocimientos son escasos.

John Huston, decíamos, era mucho director para un film que podría haber filmado otro director. Pero el legendario realizador de El halcón maltés, El tesoro de la Sierra Madre, Mientras la ciudad duerme y La reina Africana tampoco estaba pasando su mejor momento. Problemático, como siempre, había sido despedido de un par de proyectos y había dirigido su peor largometraje, La hora del crimen (Phobia, 1980) justo antes de Escape a la victoria. Al menos aquí, aunque no sea un film personal, logra un éxito de taquilla. No todos los films de John Huston son pesimistas, pero su marca de fábrica es justamente el cierre de sus historias, sus protagonistas pagando precios muy altos por las empresas en las que se han metido. Aquí, si se hubiera respetado la historia original, algo de eso se podría haber tenido, pero no es lo que se buscó y está bien que así sea, siempre y cuando sea una decisión genuina.

Para los amantes del fútbol en general y a los de Argentina en particular, ver a Ardiles, campeón del mundo 1978, hacer una bicicleta en cámara lenta o simplemente tenerlo en cámara saludando a Sylvester Stallone y Michael Caine es todo un show. Las escenas del partido, donde por supuesto Pelé brilla por encima de todos, se mueven entre buenas ideas de puesta en escena y limitaciones para dar credibilidad a un deporte complicado para el cine como es el fútbol. Igual eso es lo menor, lo que importa es el corazón mismo de la película, su final, que analizaremos ahora, por si alguien aún no ha visto la película y quiere reservarse para cuando la vea.

En las escenas finales hay muchos puntos interesantes. En 1981 ya el cine tenía autorización para mostrar más matices en los miembros del ejército nazi.  En este caso el personaje interpretado por Max von Sydow es un amante del fútbol que aprecia el buen deporte y puede aplaudir de pie un golazo de los contrarios, aunque esto sea un desastre para él. Stallone tomó nota de esto y algo se llevó para Rocky IV. El oficial que interpreta el actor sueco no está a gusto con el árbitro parcial y quiere ver buen fútbol, aunque termine fracasando su objetivo y Pelé le oficie como una especie de Jessie Owens del fútbol, como le ocurrió a Hitler en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 cuando el atleta norteamericano se llevó cuatro medallas doradas. El esperado escape que se produce en el entretiempo pero que se detiene abruptamente cuando uno de los jugadores dice que podrían dar vuelta el partido. Es un momento para aplaudir de pie. Stallone, que solo quiere escapar, está en contra, pero el equipo se une y sacrifica su propio bien en pos de lograr una victoria para la moral de los aliados.


La victoria, claro, es ambigua, porque el partido termina empatado, aunque los prisioneros tuvieron un gol injustamente anulado, por lo que el espectador sabe que finalmente han triunfado, también en lo deportivo. Y claro, como en el inolvidable momento de Casablanca,cuando el estadio completo canta La Marsellesa, la emoción es real y conmovedora. Otro gran momento de la película. Escape a la victoria es un film sencillo, con limitaciones de presupuesto y un objetivo comercial muy definido, casi por encima de cualquier otra cosa. Tiene algunas locuras como no vestir de época al público del estadio, pero aún con esos detalles se trata de una película muy fácil de querer, divertida y finalmente emocionante. Va al saldo positivo dentro de la despareja filmografía del gran John Huston.