Cuando empieza Hambre (Hunger, Tailandia, 2023) el peor temor es que la película sea una mezcla de reality show de cocina con una de esas películas que acumula frases hechas sobre la comida y la cocina. El temor se queda corto, las más de dos horas de este estreno de Netflix no deja lugar común sin atravesar, mientras se regodea en el insufrible universo de los chefs déspotas y crueles. Pero hay un origen, una explicación, un resentimiento social que explica todo lo que el cocinero es.
La protagonista es la joven Aoy, quien dirige el restaurante local de fideos junto a su familia en el casco antiguo de Bangkok. Un día, recibe una invitación para dejar el negocio familiar y unirse al equipo Hunger, quienes trabajan para el chef número uno de Tailandia: Paul. Este chef es cruel y exigente, y selecciona a su personal de manera implacable. Aoy quiere llegar a lo más alto, pero las reglas del chef la harán dudar acerca de su sueño.
Por supuesto que se puede argumentar que más allá del mundo de la cocina, la película reflexiona sobre muchos temas, pero le cuesta, de todas formas, volver interesante sus ideas. Hambre es otra película mediocre que se suma a la moda de películas contra el esnobismo de la clase alta. Al parecer es un tema que gusta mucho en los tiempos que corren. Pero al cine le cuesta conseguir que esta clase de películas sean sofisticadas o profundas, la mayoría se queda en una queja tribunera sin el más mínimo vuelo cinematográfico. El final está a la altura de sus obviedades, rematando con la más esperable pavada sensiblera.