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La cocinera de Castamar

De: Iñaki Peñafiel

Gran producción española de época situada en Madrid en 1720, basada en la novela homónima de Fernando J. Múñez. Un drama romántico de intrigas palaciegas y enfrentamiento de clases. Una estudiada combinación de ingredientes para que el siglo XVIII parezca una telenovela del siglo XXI.

La historia es la de dos personajes principales, Clara Belmonte (interpretada por Michelle Jenner) y el Duque de Castamar (Robert Enríquez). Ella es una inteligente, joven y bella cocinera de un talento extraordinario que consigue trabajo en el palacio cuando llega escapando de un doloroso pasado. Él es un viudo que se ha aislado del mundo, pero al que el rey Felipe V reclama nuevamente en la corte. Cuando ambos protagonistas se crucen, surgirá una tensión amorosa que será una de la líneas dramáticas de la serie. La diferencia de clases y las intrigas tanto de la nobleza como de la servidumbre pondrá en riesgo el destino de la posible pareja.

En la serie se destaca un espectacular vestuario, así como también una impactante dirección de arte. La fotografía tiene algunos detalles de enorme belleza, pero en general se dedica a ilustrar todo el dinero invertido más que a crear climas. En los primeros episodios el impacto funciona, pero cuando el espectador se acostumbra a que ese es el entorno en el cual se desarrollará la historia ya no hay más nada que destacar y todo queda en el peso del guión, la dirección y los actores.

El guión fluctúa entre las intrigas de la aristocracia al estilo Relaciones peligrosas y la descripción de los dos niveles sociales al estilo Downton Abbey. Pero sin la sofisticación de la primera ni la perfección narrativa de la otra. Para ser comparadas con las grandes historias de épocas le falta mucho a La cocinera de Castamar, pero en relación con productos más recientes de novelas románticas está en un nivel mediano con algunos momentos más logrados que otro.

El elenco incluye villanos de telenovela, actores que no parecen de esa época, depilaciones siglo XXI y los artificios propios de una producción que no quiere perder al público masivo por detalles en exceso rigurosos. Sí se dedica un buen tiempo a las escenas de sexo, que siempre pagan, y a una descripción de la psicología de los personajes más bien contemporánea. La agorafobia de la protagonista se siente como ese agregado que le ponen a la heroínas actuales para hacerlas torturadas, pero se ve tan rara y forzada que por momentos se vuelve irritante.

Algunos actores son buenos. Otros son galancitos sin arreglo. Hay personajes muy tontos y otros más sofisticados. En este desnivel se mueve la serie que no quiere perder a un público cautivo abandonado a su suerte en su salto de la novela de la tarde al streaming sin horario. Le agrega una voz en off de la protagonista que es muy mala y unas reflexiones sobre la comida que ya eran un papelón desde Como agua para chocolate.

Con sus defectos y virtudes, la serie entretiene al comienzo y se va apagando a medida que los personajes repiten una y otra vez su maldad o su bondad. Por encima de los poderosos bodrios telenovelescos de Netflix y aun así lejos de ser una serie de primer nivel.