Peliculas

Pobres criaturas

De: Giórgos Lánthimos

Insoportable. Esa es la palabra más delicada y justa que merece la actuación de la protagonista de la película, la gran actriz Emma Stone. Su trabajo hubiera sido desaprobado por el más mediocre y gris de los talleres de teatro para aficionados de hace cuarenta años atrás. Su composición es eso, una serie de ejercicios de improvisación tristes, de esos que hacen los estudiantes de teatro cuando están dando sus primeros tristes pasos en la actuación. En favor de Emma hay que decir que su talento se comprueba al conseguir ser insoportable de maneras distintas a lo largo de las casi dos horas y media que dura Pobres criaturas.

Bella Baxter (Emma Stone) es el nombre que le ha dado a una mujer su salvador y creador, el brillante y siniestro científico Dr. Godwin Baxter (Willem Dafoe). La joven se suicida en la escena inicial de la película y luego nos enteramos qué fue rescatada por Godwin y vuelta a la vida mediante un procedimiento que recuerda, sin esconderlo, el trabajo de Victor Frankenstein. Pero Bella tiene el cerebro de un bebé, por lo que en toda la primera parte de la película actúa como tal pero en el cuerpo de una mujer adulta que aprende a toda velocidad. Godwin, apodado sin sutilezas God, consigue un ayudante llamado Max McCandless (Ramy Youssef) para que registre los avances de Bella. Pero las cosas se saldrán de control cuando aparezca en sus vidas Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), un abogado libertino y atorrante que se llevará a Bella a su máxima aventura, sin saber qué pasará después.

Pobres criaturas es la nueva película del director griego Giórgos Lánthimos, uno de los directores favoritos del momento, una de esas estrellas coyunturales que tienen su momento y luego, muchas veces, quedan fechados y petrificados en el tiempo. El guión es de Tony McNamara, el mismo de La favorita (2018) y Cruella (2021), y es una adaptación de la novela Poor Things (1992) del escritor escocés Alasdair Gray. Por su sinopsis, el libro parece más vinculado al estilo de la novela del siglo XIX y su conexión con Frankenstein (1818) de Mary Shelley. Pero lo que se ve en pantalla es un auténtico film de Lánthimos, con su estética, su pretensión y su particular forma de retratar el mundo. Podrá ser un director insufrible, pero su búsqueda sigue en pie. La historia es mejor que la de su película anterior, La favorita, una verdadera tortura cinematográfica.

La película es un relato con ribetes existencialistas que se conecta directamente con la mencionada Frankenstein, así como también con otras obras como Pinocho o Blade Runner. Bella aprende desde cero acerca del mundo, de su propia vida, desde las convenciones sociales hasta su propia sexualidad. El sexo de Bella es una pieza fundamental del relato. Desde el autodescubrimiento hasta la prostitución, ella atraviesa diferentes etapas que corren en paralelo a los cuestionamientos filosóficos y existenciales. En eso también se parece mucho a la criatura de Frankenstein. Como agregado interesante, el Dr. Godwin, el “Dios” que creó a Bella, es a su vez el resultado de una serie de experimentos a los que fue sometido por su propio padre. Todas las líneas de la película buscan discutir la existencia humana, el libre albedrío y la libertad en general.

Lánthimos declaró que tres películas lo inspiraron para Pobres criaturas. Belle de jour (1967) de Luis Buñuel, El joven Frankenstein (1974) de Mel Brooks y, finalmente, Y la nave va (1983) de Federico Fellini. Siempre se usan las declaraciones de los directores para ser usadas en su contra, pero también son usadas por ellos para sugerir una árbol genealógico que les de nivel. De la película de Buñuel, que por cierto no es la mejor de su carrera, está claro que toma un elemento de guión, de El joven Frankenstein la comedia a partir de Frankenstein y del título de Fellini todo el artificio extremo de las escenas del barco. Es una falta de respeto comparar la obra maestra de Mel Brooks con esta supuesta comedia negra de Lánthimos. Porque sí, se supone que esta película es una comedia. Al menos se adivinan muchas intenciones de chistes. Pero Pobres criaturas tiene la solemnidad del chiste en el entorno de cine autor. No son chistes superficiales, sino motivados por aspiraciones mucho más elevadas. Una sátira social de carácter existencialista, cargada de feminismo y algunos toques de socialismo. Pero graciosa no es, eso seguro.

Estas mezclas estéticas a la carta no tienen la fluidez ni la gracia de, por ejemplo, el Drácula de Francis Ford Coppola, del año 1992, película de la cual Pobres criaturas toma y mucho, incluyendo el suicidio inicial. Lo que en aquella película era un despliegue bien integrado de cinefilia al servicio del relato, acá son esos chistes visuales que hacen recordar a los ya algo olvidados Jean-Pierre Jeunet​ y Marc Caro. Un poquito de Fassbinder en la presencia de su musa, la octogenaria Hanna Schygulla, acompañada por un joven negro y también detalles de David Lynch en esos separadores más lindos que útiles anunciando cada nueva locación. El uso del gran angular, ese vicio injustificable de Lánthimos, aporta varios momentos muy feos y el uso del color y el blanco y negro sirve para ordenar el relato pero también para recordarnos su ambición estética.

No hay que terminar una crítica a Pobres criaturas sin elogiar el trabajo del siempre eficiente Willem Dafoe, cuya presencia supera cualquier escollo que la película le ponga enfrente. No sólo es el más sobrio, incluso sabe ser gracioso. Todo lo contrario al milagro adverso que es Mark Ruffalo, quien ha visto demasiadas películas con Marlon Brando e intenta citar varios con su sobre actuación. El mundo de los premios es así, todos para los que hacen show, nada para los elegantes. Y el final, claro, parece haber sido hecho a la medida de la ideología reinante. Así cómo años atrás muchos se reían del cine de comité y de los lugares comunes del cine de Hollywood, hoy para quedar bien con el comité de control del pensamiento también hay que cumplir. La película tiene muchos defectos, pero el final es la confirmación de que es más una especulación de mercado que una obra personal. Su conformismo con el establishment ya raya lo obsceno. Sus supuestas osadías estéticas son un esfuerzo por buscar algo, pero el cierre de la película es un monumento al conformismo. La película es demasiado larga para tener que además ver ese cierre final. Eso sí, a diferencia del existencialismo gótico de Shelley, acá ni siquiera hay espacio para la tragedia. La lección es clara: quién cumpla con la ideología del presente, tiene derecho a ser feliz.