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Porno y helado

De: Martín Piroyansky

La superioridad de Porno y helado como comedia tiene una explicación inicial muy sencilla: entiende que el género necesita una estructura sólida y un timing preciso. Cuando se le da prioridad a la forma de la comedia, esta puede desarrollarse de forma mucho más efectiva. Se necesita talento, inteligencia y asumir el riesgo de ser malinterpretado. No hay nada en la comedia argentina moderna que pueda compararse con los ocho episodios iniciales de esta nueva serie creada por Martín Piroyansky.

Los protagonistas son dos jóvenes inmaduros que se juntan los viernes a ver porno y comer helado. Pablo (Martín Piroyansky), tiene 30 años y tiene esa ceremonia junto con mejor amigo Ramón (Ignacio Saralegui). Pablo anda sin rumbo y Ramón tiene un trabajo en el local de una cadena de artículos para la construcción y equipamiento del hogar. Cuando van al bar de taxistas frente a su departamento se terminan cruzando con una joven de su edad con tendencia a la estafa, Cecilia (Sofía Morandi) y en una serie de eventos terminan fingiendo que tienen una banda de rock con ella como mánager. Los enredos irán en crecimiento de ahí en más y no habrá manera de detener la mentira.

Lo único que importa en la comedia es la risa. Lo que no causa risa no sirve y se terminó el asunto. El humor sofisticado, desde el comienzo del cine y la televisión, asume el riesgo y busca los límites. No parece un género arriesgado porque suele ser muy popular, sin embargo quien no tenga talento no tiene manera de abrirse paso. Hay actores de comedia, guionistas de comedia, directores de comedia, Porno y helado funciona en esos tres niveles. El guión tiene elementos absurdos pero también una estructura sólida. El comienzo, el desarrollo y el cierre de cada episodio, así como la temporada en su totalidad, están bien armados, sorprenden con ideas inesperadas y abren el juego a lo que sigue. La comedia fuera de Estados Unidos tiende a ser desprolija en ese aspecto, pero acá esa parece ser la base sobre la que se construye todo y se nota.

Los actores, algunos conocidos, famosos para una generación pero tal vez no para otra, comprenden que su función es estar sincronizados con el timing que requiere la puesta en escena. Las actuaciones dependen del montaje, de la reacción, de los planos. Hay chistes evidentes, otros más sutiles, pero no faltan ideas humorísticas a lo largo de la temporada. Se puede pasar de un gag visual a una línea de diálogo, de un humor basado en lo cotidiano a otro surrealista. No hay costumbrismo, no hay bajada de línea. La ideología de la serie es la comedia. La comedia es una diosa implacable, si no se cree en ella es despiadada con los resultados. Fallar en el humor es peor que hacerlo con el drama, definitivamente. El drama es para cualquiera, la comedia no.

En Porno y helado se ve una influencia variada de la comedia americana. Buscado o no, hay elementos de las películas de Will Ferrell y Adam McKay, hay cosas de Adam Sandler, también de la comedia de los ochentas. Pero en su riesgo que pone al límite el decoro y el pudor, sin duda hablamos de nueva comedia americana, la del siglo XXI, la que pasa también por las series más rebeldes de animación y los mejores gags de la televisión. Le agrega el lujo de tener a una estrella gigante del cine y la televisión como Susana Giménez para hacer una mamá de Stifler, uno de esos personajes que tan bien interpreta Jennifer Coolidge. Esta inclusión no solo es divertida, es la invitación a que todos se sumen a la comedia de la nueva generación.

El responsable de la serie, creador, director, guionista y protagonista es Martín Piroyansky, de él sale toda la serie. Sus ideas son de diálogos, pero también de puesta en escena. Los episodios cortos incluyen toda clase de situaciones que rodean al trío protagónico, situaciones increíbles no habituales en este lado del mundo por inverosímiles. Primero el humor, después el resto. Porno y helado es una gran comedia en el sentido más puro del término.