Peliculas

SIN LUGAR PARA LOS DEBILES

De: Joel y Ethan Coen

CUANDO CAE LA OSCURIDAD

Si los hermanos Joel y Ethan Coen ocupan el lugar que tienen en la historia del cine se debe mayormente a tres características importantes de sus películas: espectaculares puestas en escenas, llenas de recursos impactantes; sentido del humor raro, absurdo y efectivo; y una capacidad natural para mezclar los géneros cinematográficos. Si los Hermanos Coen no se han convertido en los más grandes cineastas contemporáneos ha sido a causa de tres factores de gran peso: superficialidad en el tratamiento de ciertos temas y situaciones; burdo y grueso retrato de personajes –muchas veces idiotas; y una forzada tendencia a ser “artísticos”, que termina por dotar a sus –en general– buenas historias de momentos sin sentido e instantes pretenciosos pero vacíos.
Cuando las tres características positivas se imponen y las negativas se reducen, los Coen realizan obras maestras. Cuando esto no ocurre, sus films, si bien no dejan de ser divertidos o interesantes (con excepciones, claro), producen una gran irritación y cansancio en el espectador. Cada nuevo estreno nos enfrenta a la incógnita de saber si se trata de una gran obra o de otra oportunidad desperdiciada. Sin lugar para los débiles, con todos sus premios y nominaciones a cuestas, se ha convertido en una de sus más esperadas películas. El resultado es, por primera vez en varios años, exitoso. Los Coen lograron realizar no sólo uno de sus mejores films, sino que además han alcanzado uno de los más profundos y complejos retratos del ser humano de toda su extensa carrera como realizadores.

Tres géneros y tres actores
Los géneros cinematográficos son un terreno sin límites en el que los artistas encuentran siempre formas novedosas de contar historias. Sin lugar para los débiles (pobrísima traducción local para un título mucho más potente: No Country for Old Men) combina tres géneros con precisión y efectividad, características que valen por sí mismas como motivo de sobra para ver la película. A los habituales recursos del policial negro que los Hermanos Coen han venido utilizando desde Simplemente sangre en adelante, ahora le agregan el western, un género que ya han trabajado antes de forma lateral, pero que por primera vez cobra un papel significativo. Por último se apoderan de la puesta de escena del cine de terror, haciendo que los espectadores salten –literalmente– de sus butacas frente a cada nueva y sorprendente situación de extremo suspenso y miedo que surge a medida que avanza el film. Decir que cada uno de los tres memorables protagonistas pertenece a un género sería forzar un poco las cosas, porque aunque Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones) viene del western, Llewelyn Moss (Josh Brolin) es un perdedor nacido para un policial negro, y Anton Chigurh (Javier Bardem) es un asesino salido de una película de terror, lo cierto es que el film es más elaborado que esta simple división. Pero también es cierto que los dilemas existenciales de cada uno responden a esos universos, así como las cosas que les ocurren y la forma en que la historia les afecta. No por nada la voz cantante del film la lleva Ed Tom Bell, capaz de ver con lucidez algo más que la urgencia desesperada de Moss y la trama policial, o la absoluta pureza sin matices en la maldad de Chigurh.

Los chicos crecen
Lo más interesante, y lo que hace que esta original película sea más que un notable ejercicio estético y un entretenido espectáculo, es su contenido más profundo. Como nunca antes los Hermanos Coen encuentran un sentido claro a su discurso y una reflexión sobre la existencia. Aunque no es una visión luminosa. Pero a diferencia de cineastas formalmente vistosos, pero completamente vacuos en su contenido, los Coen justifican con su trama cada elemento del film. Eso incluye a la violencia de algunas imágenes que, por distanciadas y enmarcadas en un género, no resultan tan shockeantes como se podría imaginar a priori. Sin lugar para los débiles muestra un mundo en donde las personas intentan imponerse con desesperación, como dando golpes en la oscuridad, buscando de cualquier manera una salida y un triunfo que los lleve justamente en dirección contraria. Son testigos del mal caricaturesco que representa Chigurh, un ángel vengador sin límites. Él parece ser la condena que a todos siempre les llega. Y a quienes no mueren en el intento por sacar la cabeza fuera del agua y logran atravesar el horror, les espera algo más cruel dentro de este mundo retratado por sus directores: la vejez. Desoladora y lúcida experiencia la de Sin lugar para los débiles, donde, paradójicamente, los Hermanos Coen sienten por primera vez algo de piedad y cariño por algunos de sus personajes, tal vez porque les despiertan la sensación de sentirse parte. Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones, un gigante sobrio, como siempre) dice hacia el final del film “Siempre pensé que al envejecer Dios entraría en mi vida. Pero no lo hizo. No lo culpo, si yo fuera él tendría la misma opinión de mi mismo que él tiene”. Un defecto habitual del cine de los Coen es que a partir de la excusa del distanciamiento los realizadores se colocan en un lugar de superioridad, algo que aquí no ocurre. Ya no son dioses, sino simples mortales. En hora buena por estos excelentes cineastas que, finalmente, parecen haber crecido.