Peliculas

AHORA SON TRECE

De: Steven Soderbergh

OTRO SALTO AL VACÍO

Steven Soderbergh es sin duda un director muy particular. Luego de revitalizar el cine independiente de Estados Unidos con su ópera prima, Sexo, mentiras y video, y de ser involuntariamente el factor fundamental –por ser el primero en llegar– de lo que fue la explosión de ese tipo de producción en la década del 90 (que incluye el éxito de empresas distribuidoras como Miramax, del festival de Sundance y de otros directores como Quentin Tarantino, Robert Rodriguez o Kevin Smith) fue construyendo una filmografía en permanente oscilación entre películas personales y otras de corte más comercial. Entre las primeras se pueden incluir títulos como Kafka, El rey de la colina, Traffic o, la recientemente editada en DVD, Intriga en Berlín; mientras que en el segundo se pueden nombrar a Erin Brockovich, Un Romance peligroso o la saga de La Gran Estafa. Esa oscilación, ese ida y vuelta entre el mainstream y un cine pretendidamente de autor, lejos de generar una interesante tensión interna en la obra de Soderbergh muestra las dos caras de una misma moneda: la de un director incapaz de encontrarle un centro a sus films, que no puede justificar sus recursos estéticos más allá de la mera exhibición; en definitiva, Soderbergh es un realizador que –ya sea en sus proyectos comerciales o personales– genera productos lujosos y bien filmados pero vacíos, de nulo alcance artístico. Ahora son trece es una nueva y extremada demostración de todo esto.

En esta oportunidad la excusa argumental es mínima. Después de ser estafado por un ambicioso empresario de Las Vegas (Al Pacino), Reuben Tishkoff (Elliott Gould), mentor del grupo liderado por Danny Ocean (George Clooney) y Rusty Ryan (Brad Pitt), queda en banca rota y sufre un paro cardíaco. Entonces, los estafadores más lindos, carismáticos y cancheros de Las Vegas deciden emprender un sofisticado y ambicioso plan de venganza. Las dos horas que dura Ahora son 13 sólo ofrecen la preparación y el desarrollo de ese plan, que es un muestrario de ingeniosos recursos tecnológicos, físicos y de actuación. Así, al concentrar toda la narración del film en lo meramente descriptivo y en la simple exposición de trucos –esto es claro en las repetidas secuencias de montaje musicalizadas, que constituyen la casi totalidad de la película– Soderbegh elimina cualquier posibilidad de suspenso, condenando al espectador a la pasividad absoluta. Y el concepto de suspenso hay que entenderlo, en el cine, de manera hitchcockiana, o sea, como el recurso mediante el cual el espectador es introducido en la historia al saber algunas cosas más que los protagonistas y comprometiéndolo así a tener que completar él mismo –guiado por la puesta en escena– las imágenes para poder acceder a un más allá de lo puramente argumental; así también se lo coloca en una posición moral distinta. Como en Ahora son trece no existe tal uso del suspenso, el espectador se queda afuera de una fiesta que adivina divertida para sus hacedores (es notorio que los actores disfrutan de lo que están haciendo, y en eso radica tal vez el único aspecto atractivo de este film), pero completamente ajena. Lo único que puede hacer es ver pasar un rejunte de recursos estéticos y formales vacíos: movimientos de cámara, pantallas divididas, iluminación preciosista; elementos que parecen erigirse como fines en sí mismos (y ver esto es tan poco interesante como contemplar la seguidilla de trucos que usan los estafadores de la historia).

Podrá decirse que en realidad se trata de una película que se asume como liviana y destinada al entretenimiento. Pero eso no justifica el vacío, la superficialidad, la falta de un centro en la mirada del director, el no saber o no querer contar algo más (no hay temas en este film). Muchas de las grandes obras maestras de la historia del cine han sido planteadas como películas de entretenimiento (siempre es bueno recordar el nombre de Howard Hawks en estos casos) y eso no les impidió ser profundas y sofisticadas. Y esas características son inexistentes en la obra de Soderbergh, ya sea en sus emprendimientos personales –donde confunde profundidad con solemnidad- o en sus incursiones más comerciales, como en el caso de esta anecdótica y vacua película llamada Ahora son 13.