Cine Argentino

Asfixiados

De: Luciano Podcaminsky

Asfixiados (Argentina, 2023) es una película dirigida por Luciano Podcaminsky y protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Julieta Díaz. Tiene cuatro guionistas, pero parece que no tuviera ninguno, porque es un compendio de lugares comunes y metáforas obvias que no parecen ser el producto de un esfuerzo de muchos. Pero el título anuncia esa falta de vuelo, por lo que nadie debería sorprenderse. Más allá de cualquier otro defecto que la película tenga, es el guión lo que no debería haber tenido luz verde para convertirse en una película.

Los protagonistas son una pareja que lleva más de veinte años de casados. Nacho (Leonardo Sbaraglia) es un productor que está a punto de cerrar un acuerdo con la actriz Natalia Oreiro (Haciendo de ella misma, aunque solo aparece por zoom) para una gran miniserie. La situación lo tiene tenso y eufórico a la vez. Lucía (Julieta Díaz) es una fotógrafa que actualmente tiene un famoso restaurante. El matrimonio tiene una hija llamada Camila (Sofía Zaga Masri), quien sueña con escribir. El éxito económico incluye una gran casa, un auto de alta gama y un yate. Es justamente la embarcación donde ocurrirá el centro de la historia. La pareja comparte un viaje en el yate con un amigo de él, Ramiro (Marco Antonio Caponi), y su novia Cleo (Zoe Hochbaum), ambos más jóvenes que Nacho y Lucía.

La sensación más contundente que la película produce es la de la más absoluta falsedad. Todo es tan prefabricado, desde las actuaciones hasta el barco. Ni los diálogos se ven reales, ni las situaciones respiran la más mínima humanidad. No hay arreglo para eso y la decadencia de la pareja en crisis no es aprovechada como corresponde. Básicamente Nacho es quien está haciendo las cosas mal, él que ignora de forma sistemática a su hija, juega con el destino de la familia y tiene poco respeto por todos a su alrededor. Lucía, más allá de sus mentiras, no es un personaje miserable.

Leonardo Sbaraglia realiza acá una de sus peores actuaciones en lo que ya es claramente un período de decadencia del cuál solo sale cuando hace comedias con Ariel Winograd. Ese chaleco de bronce que se puso años atrás se mezcla con una pereza insólita a la hora de crear un personaje. Las estrellas agotan en algún momento la novedad y se vuelven repetitivas y sin encanto, eso es lo que pasa aquí. Julieta Díaz, por el contrario, está atrapada en el mismo yate con los mismos cuatro guionistas y Sbaraglia y sin embargo consigue obtener profundidad en su personaje, aunque sea sólo por momentos.

Cada escena va empeorando la situación, porque las alegorías se van apoderando de la historia hasta transformarla en algo molesto, no sólo malo. El cierre podrá sonar al final de Tiburón, pero tampoco es que haya una cita o una conexión allí. El daño está hecho y la película cierra con coherencia una historia que empezó mal, siguió igual y finaliza acorde.