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Griselda

De: Andrés Baiz

Griselda es una miniserie de seis episodios que cuenta la vida de la narcotraficante Griselda Blanco desde que huye de su país, Colombia, y se instala en Estados Unidos. Griselda fue la creadora de uno de los más poderosos cárteles de la droga que dominó Miami entre la década del setenta y la del ochenta. Fue conocida como la ‘Viuda Negra’ o ‘la Madrina de la Cocaína’, lo primero por la dudosa muerte de sus primeros maridos y lo segundo por su poder en el mundo del narcotráfico. La gran apuesta de Netflix se basa no sólo en la historia elegida, sino en la estrella que la protagoniza, la actriz colombiana Sofía Vergara. Ella, la reina del estereotipo latino en cine y televisión, se volvió mundialmente famosa por su rol de Gloria en Modern Family.

Sofía Vergara es una actriz popular cuya belleza es fácilmente reconocible. Para evitar herir susceptibilidades, pero también gustos personales, hoy se dice que posee una belleza hegemónica.  Este eufemismo se inventó para disimular el dolor de los feos frente a la injusticia de un mundo inequitativo a la hora de repartir rostros y cuerpos. Ahora bien, Griselda Blanco, no importa lo que diga su hoy ofendido hijo, no era hegemónica, más bien todo lo contrario. Las actrices cuya belleza ha sido destacada y explotada, sienten que no serán tomadas en serio hasta que el maquillaje las convierta en esos rostros menos privilegiados. Le funcionó a Charlize Theron, le funcionó a Nicole Kidman y les funcionó a cien actrices más. Funciona pero puede ser contraproducente, como en este caso. Lo único que puede pensar el espectador cada vez que aparece Sofía Vergara maquillada de Griselda blanco es, parafraseando a Quevedo: “Érase una mujer a una nariz pegada”. Porque eso es lo único que vemos. Ni su actuación, ni el guión, ni el encuadre, sólo una actriz maquillada con una nariz que se roba el show. Pero a no desesperar, aproximadamente en el episodio 4 nos empezamos a acostumbrar y ya los últimos dos capítulos, la sorpresa cede frente a la resignación.

Cómo toda serie de narcotráfico, el encanto de la trama está en los momentos de suspenso y violencia, cuando los ascensos y las caídas de los diferentes líderes muestran los choques entre bandos. Ahí la miniserie funciona muy bien y renueva el interés. Pero cómo toda serie de narcotraficantes, este ascenso, esplendor y caída es un camino muy conocido y muchas veces visto. Los momentos de locura se ven demasiado forzados y la empatía que otros delincuentes han logrado obtener en diferentes películas y series acá no se consigue. Para evitar idealizar a la protagonista delincuente, hay un personaje central que trabaja para la oficina del fiscal, June, interpretado por Juliana Aidén Martínez.

Los creadores de la serie son Carlo Bernard y Andrés Baiz, los mismos de Narcos y Narcos: México. Por eso la parte de acción y violencia está bien lograda. Pero como biopics de una narcotraficante y sus conflictos familiares la miniserie es muy pobre. La actriz, por motivos ya mencionados, no tiene ni la más mínima chance de lograr convencer. Seguramente ganará premios, pero estos deberían corresponderle a la nariz, que está siempre en escena y no tendrá otro trabajo en su carrera más que este.